jueves, 27 de octubre de 2011

Bejamin Cisneros


Hijo de Roberto Benjamín y de Nicolasa Cisneros, estudió en el Convictorio de San Carlos; y, a mérito de la representación escénica de su alegoría titulada El Pabellón Peruano (28 de julio de 1855), el presidente Ramón Castilla lo incorporó al servicio del Ministerio de Relaciones Exteriores, cuando apenas contaba con 18 años. Allí alcanzó a desempeñar la jefatura de la Sección Continental; pero renunció (1859) para viajar a París, donde siguió cursos voluntarios en La Sorbona y el Colegio de Francia. En 1861 fue nombrado cónsul en El Havre, donde permaneció hasta 1872, con una sola pausa en 1865, en que desempeño la secretaría de la legación acreditada ante el gobierno deEspaña. En esa época publicó dos novelas, género éste que aún era raro en el mundo literario peruano: Julia o Escenas de la vida en Lima (París1861) y Edgardo o un joven de mi generación(París1864). Son de inspiración romántica y sobre asuntos limeños.
De vuelta al Perú (1872), ejerció la inspección de Instrucción, así como la gerencia del Banco de Lima y de la Compañía Salitrera del Perú (1878). Pero uno y otra quebraron por efecto de la Guerra del Pacífico (1879-1883) y hubo de viajar a Europa a fin de intervenir en su liquidación. Reinició entonces sus trabajos literarios, esta vez enfocados hacia la poesía. Escribió versos de efemérides y algunas raras composiciones de mayor ambición, como su excelente elegía A la muerte del rey Don Alfonso XII (1886) y el poema largo Aurora amor (1883-1889), cántico al progreso humano, del que solo pudo concluir 4 cantos.
Desempeñó la dirección de la Biblioteca Nacional del Perú interinamente en 1892 y el gobierno deNicolás de Piérola le nombró director del Archivo Nacional, cargo que ocupó hasta que una cruel parálisis, que le había empezado a emerger desde 1888, le impidió seguir.
En tal trance físico la poesía fue su principal consuelo. Su obra mereció ser públicamente consagrada con una simbólica corona de laurel que el Ateneo de Lima le ofrendó por iniciativa de José Santos Chocano y otros poetas. La ceremonia tuvo lugar el 23 de agosto de 1897 y constituyó un hecho notable en un país tan poco dado a reconocer a sus glorias vivientes. El poeta anciano, pobre e inválido, fue objeto de un homenaje puro, promovido por los jóvenes y con la participación de la ciudad entera.
Ya en los postreros años de su existencia, todavía tuvo el aliento necesario para dictar poemas, como el Canto a la paz, con motivo del Congreso hispanoamericano de 1900 y las octavas reales Al terminar el siglo XIX. Falleció el 29 de enero de 1904.

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